En Pampa Clemesí, un pequeño poblado enclavado en el desierto del sur de Perú, sus habitantes se preparan cada noche con linternas y fogones rudimentarios. Mientras tanto, a solo 600 metros, una de las mayores plantas solares del continente genera suficiente energía para alimentar más de 350 mil hogares. La paradoja es evidente: en el corazón de la revolución energética, no hay luz.
El caso de Pampa Clemesí, con cerca de 150 residentes, expone las contradicciones de un modelo que prioriza la rentabilidad sobre la inclusión. La planta solar Rubí, operada por la empresa Orygen, produce 440 GWh anuales. Sin embargo, ninguno de los vecinos del asentamiento tiene acceso directo a la red eléctrica nacional.
“Vivo frente a un mar de paneles solares, pero cocino con leña y alumbro con linterna”, lamenta Rosa Chamami, una de las pobladoras. Como muchos otros, utiliza cajas de cartón que alguna vez protegieron los paneles solares para encender su cocina.
Según la empresa operadora, la infraestructura para llevar electricidad al poblado está lista. Se invirtieron 800 mil dólares en postes, torres y tendido subterráneo. Falta que el Ministerio de Energía y Minas ejecute la conexión domiciliaria, obra que debió arrancar en marzo de este año y aún no se inicia.
“Los postes están ahí, pero tirados. Nadie ha vuelto desde hace meses”, afirma Pedro Chará, uno de los residentes más antiguos. La frustración ha crecido: mientras la planta resplandece de noche como un enclave industrial moderno, el pueblo permanece invisible para los buses que pasan por la carretera Panamericana.
El acceso a energía solar es limitado. Algunas familias recibieron paneles donados, pero deben costear baterías, conversores e instalación. El suministro es intermitente: apenas 10 horas en los mejores días. Refrigerar alimentos o encender un ventilador sigue siendo un lujo.
Sin electricidad, las noches son breves. Cocinar con velas está descartado: ya hubo incidentes por incendios. La cena es simple: té caliente y pan frito, bajo la única linterna solar del grupo.
Además de la falta de luz, no hay agua corriente, red de alcantarillado ni recolección de residuos. El agua se consigue por cisternas, a un precio hasta seis veces mayor que el del suministro urbano. La única presencia estatal es una escuela con apenas 10 alumnos.
Cables, tarimas y cajas desechadas por la planta solar Rubí han sido reutilizadas para levantar cercas, muebles y hasta camas. “Vivimos con lo que la planta dejó”, dice otro vecino. El poblado, que alguna vez llegó a tener 500 habitantes, se redujo a menos de 200 tras la pandemia.
En una reciente reunión comunal, representantes locales anunciaron la entrega de rastrillos, palas y bolsas para mitigar la ausencia de un sistema de saneamiento. Para muchos, resultó simbólico: otra solución temporal, frente a una deuda estructural.
Perú ha avanzado en cobertura eléctrica rural: de 65% en 2017 a 86% en 2023. Aun así, más de 800 mil peruanos viven sin conexión. El Estado proyecta alcanzar el 96% en zonas rurales para 2026, pero la experiencia de Pampa Clemesí pone en duda los plazos.
El contraste es más que simbólico. En un país que apuesta por energías limpias y ostenta el segundo lugar mundial en producción de cobre —clave para turbinas y paneles solares—, comunidades como esta permanecen al margen de los beneficios del boom energético.
A pesar de todo, Rosa y Pedro siguen aquí. “No nos vamos porque tenemos el sol”, dice ella. En un lugar donde la electricidad es una promesa y la vida transcurre entre sombras, el sol es, paradójicamente, su mayor certeza.
Fuente: BBC